El difícil camino al optimismo que busca Uruguay

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La cautela puede ser una buena reacción ante un incipiente cambio de circunstancias. Quizá la osadía no sea la mejor consejera de negocios y las decisiones económicas deban ser sopesadas bajo la luz de la mesura y la desconfianza. Tal vez. Pero lo cierto es que en los grandes números de la economía, la cautela tiene un costo asociado a las oportunidades perdidas y hoy Uruguay lo está pagando.
Distintos informes y estudios confirman lo mismo: si bien los agentes económicos mejoran su percepción respecto a la situación económica doméstica y sus perspectivas, no traspasan la barrera del optimismo y, sobre todo, les cuesta ver cómo ese mejor escenario se traducirá en su beneficio personal.

La última Encuesta de Expectativas Empresariales de la consultora Deloitte, presentada la semana pasada, muestra que 30% de los tomadores de decisiones corporativas esperan para el próximo año una mejora en la situación económica frente a 14% que prevé un deterioro. Eso implica que los optimistas, si bien están lejos de ser mayoría, al menos superan al grupo de los pesimistas. Esta es una novedad bienvenida debido a que esos dos grupos un semestre atrás prácticamente empataban y en los últimos cuatro años la balanza se inclinaba decididamente hacia el lado de los aguafiestas.

Sin embargo, cuando se les pregunta por el clima de inversión, la visión de los empresarios es menos auspiciosa. El 14% prevé una mejora, en comparación con 19% que augura un deterioro. Si bien el pesimismo es mucho menos marcado que en los semestres anteriores, todavía prima sobre las visiones esperanzadoras.

De hecho, si se comparan las perspectivas de crecimiento económico esperadas por los empresarios con las de los economistas, se percibe un cierto retraso en el ritmo de actualización. Mientras que el promedio de los empresarios esperaba en abril un crecimiento de 1,5% del PIB para 2017 y de cara a los próximos “tres o cuatro años” se acelere apenas a 1,9%, los economistas encuestados en el mismo período por El Observador anticipan una expansión de 2,2% para este año y 2,6% ya en 2018. Más allá de los números, en lo que refiere a decisiones concretas, la cautela es más clara.

Las perspectivas mejoran, pero el número de empresas que espera aumentar su inversión dentro de un año supera en solo seis puntos porcentuales a las que pretenden reducirla. En materia de empleo –una decisión de más largo plazo debido a los altos costos asociados a la contratación y desvinculación de personal–, se percibe que todavía existe una cierta inquietud entre los empresarios en el contexto económico y sus perspectivas. Mientras que solo 8% esperan aumentar su plantilla, uno de cada cuatro todavía piensa en reducirla.

Y este es un desafío importante para una economía que crece y abandona la zona de peligro, pero que todavía no ha podido frenar la sangría de empleos de los últimos años. El sector privado procesó en ese período un importante ajuste que se reflejó principalmente en los indicadores laborales y todavía no están dadas las condiciones, según manifiestan los ejecutivos, para retomar a los uruguayos expulsados del mercado de trabajo en el fin de la bonanza.

Los empresarios no son los únicos en mantener ciertas dudas sobre la evolución de la economía. Tampoco los consumidores actúan con la soltura de quienes entienden que el camino de la economía uruguaya de ahora en más es el de una escalera mecánica en continuo ascenso.

El director de Equipos Consultores, Ignacio Zuasnabar, explicaba la semana pasada en una conferencia organizada por el Centro de Estudios para el Desarrollo (CED) que la opinión pública mantiene niveles de pesimismo respecto a la evolución de la situación económica similares a los de la recesión previa a la crisis de 2002.

De hecho, el indicador de confianza del consumidor que elabora su consultora junto con la Cátedra SURA de la Universidad Católica volvió a adentrarse en los últimos meses en la zona de moderado pesimismo luego de estar a punto de traspasar la barrera del optimismo a fines del año pasado. Las caídas más grandes se debieron a una menor propensión a la compra durable y un deterioro de las perspectivas sobre las finanzas personales.

Hasta que los agentes económicos no divisen una senda creíble de crecimiento y, sobre todo, entiendan cómo esa expansión de la actividad repercutirá directamente sobre su estabilidad y bienestar, difícilmente se genere el círculo virtuoso de inversión, generación de empleo y consumo que la economía necesita para mantenerse definitivamente al resguardo de los caprichos de la región y del mundo.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     La cautela puede ser una buena reacción ante un incipiente cambio de circunstancias. Quizá la osadía no sea la mejor consejera de negocios y las decisiones económicas deban ser sopesadas bajo la luz de la mesura y la desconfianza. Tal vez. Pero lo cierto es que en los grandes números de la economía, la cautela tiene un costo asociado a las oportunidades perdidas y hoy Uruguay lo está pagando.
Distintos informes y estudios confirman lo mismo: si bien los agentes económicos mejoran su percepción respecto a la situación económica doméstica y sus perspectivas, no traspasan la barrera del optimismo y, sobre todo, les cuesta ver cómo ese mejor escenario se traducirá en su beneficio personal.

La última Encuesta de Expectativas Empresariales de la consultora Deloitte, presentada la semana pasada, muestra que 30% de los tomadores de decisiones corporativas esperan para el próximo año una mejora en la situación económica frente a 14% que prevé un deterioro. Eso implica que los optimistas, si bien están lejos de ser mayoría, al menos superan al grupo de los pesimistas. Esta es una novedad bienvenida debido a que esos dos grupos un semestre atrás prácticamente empataban y en los últimos cuatro años la balanza se inclinaba decididamente hacia el lado de los aguafiestas.
Sin embargo, cuando se les pregunta por el clima de inversión, la visión de los empresarios es menos auspiciosa. El 14% prevé una mejora, en comparación con 19% que augura un deterioro. Si bien el pesimismo es mucho menos marcado que en los semestres anteriores, todavía prima sobre las visiones esperanzadoras.

De hecho, si se comparan las perspectivas de crecimiento económico esperadas por los empresarios con las de los economistas, se percibe un cierto retraso en el ritmo de actualización. Mientras que el promedio de los empresarios esperaba en abril un crecimiento de 1,5% del PIB para 2017 y de cara a los próximos “tres o cuatro años” se acelere apenas a 1,9%, los economistas encuestados en el mismo período por El Observador anticipan una expansión de 2,2% para este año y 2,6% ya en 2018. Más allá de los números, en lo que refiere a decisiones concretas, la cautela es más clara.

Las perspectivas mejoran, pero el número de empresas que espera aumentar su inversión dentro de un año supera en solo seis puntos porcentuales a las que pretenden reducirla. En materia de empleo –una decisión de más largo plazo debido a los altos costos asociados a la contratación y desvinculación de personal–, se percibe que todavía existe una cierta inquietud entre los empresarios en el contexto económico y sus perspectivas. Mientras que solo 8% esperan aumentar su plantilla, uno de cada cuatro todavía piensa en reducirla.

Y este es un desafío importante para una economía que crece y abandona la zona de peligro, pero que todavía no ha podido frenar la sangría de empleos de los últimos años. El sector privado procesó en ese período un importante ajuste que se reflejó principalmente en los indicadores laborales y todavía no están dadas las condiciones, según manifiestan los ejecutivos, para retomar a los uruguayos expulsados del mercado de trabajo en el fin de la bonanza.

Los empresarios no son los únicos en mantener ciertas dudas sobre la evolución de la economía. Tampoco los consumidores actúan con la soltura de quienes entienden que el camino de la economía uruguaya de ahora en más es el de una escalera mecánica en continuo ascenso.

El director de Equipos Consultores, Ignacio Zuasnabar, explicaba la semana pasada en una conferencia organizada por el Centro de Estudios para el Desarrollo (CED) que la opinión pública mantiene niveles de pesimismo respecto a la evolución de la situación económica similares a los de la recesión previa a la crisis de 2002.

De hecho, el indicador de confianza del consumidor que elabora su consultora junto con la Cátedra SURA de la Universidad Católica volvió a adentrarse en los últimos meses en la zona de moderado pesimismo luego de estar a punto de traspasar la barrera del optimismo a fines del año pasado. Las caídas más grandes se debieron a una menor propensión a la compra durable y un deterioro de las perspectivas sobre las finanzas personales.

Hasta que los agentes económicos no divisen una senda creíble de crecimiento y, sobre todo, entiendan cómo esa expansión de la actividad repercutirá directamente sobre su estabilidad y bienestar, difícilmente se genere el círculo virtuoso de inversión, generación de empleo y consumo que la economía necesita para mantenerse definitivamente al resguardo de los caprichos de la región y del mundo.

 

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