Hay numerosos estudios que abordan la relación entre la psicología y la emoción. La mayoría parten de las aportaciones de Daniel Kahneman o Amos Tversky, que desarrollaron la teoría que describe cómo los individuos evalúan las potenciales pérdidas y ganancias a la hora de tomar decisiones de inversión.
La Teoría de las Perspectivas parte de la base de que el cerebro simplifica los procesos mentales continuamente en la toma decisiones diarias. De esta manera, las personas ejecutan acciones cotidianas sin pensarlo dos veces, de manera rápida, automática e intuitiva.
Estos atajos mentales se cuelan en decisiones más críticas como las relacionadas con las inversiones. La CNMV ha publicado una guía sobre los diez errores de percepción de los inversores:
El descuento hiperbólico es la tendencia a elegir recompensas más pequeñas e inmediatas frente a recompensas mayores y alejadas en el tiempo. Puede llevar a que el inversor deshaga una inversión pensada a largo plazo y adecuada para su perfil debido a una evolución eventualmente atractiva de los mercados o la aparición de productos financieros más rentables, alterando así los objetivos iniciales y conllevando costes y riesgos asociados.
Aversión a las pérdidas. El miedo a perder algo supone un incentivo mayor que la posibilidad de ganar algo de valor semejante. A la hora de invertir, puede suceder que, con tal de no incurrir en pérdidas, se mantenga una inversión con mínimas perspectivas de recuperación y se acabe perdiendo todo lo invertido.
Efecto de miopía. Caen en él especialmente los inversores a largo plazo. Es una especie de síndrome que provoca que evalúen continuamente el valor de su cartera y sobrerreaccionen a noticias y eventos que se producen en el corto plazo, provocando que se pierda la perspectiva de la inversión y de los sucesos que la afectan.
Exceso de confianza. Es la tendencia a sobreestimar los conocimientos y juicios subjetivos y considerarlos certeros. Hace que el análisis de riesgo sea sesgado infravalorando las pérdidas potenciales y sobreestimando las ganancias esperadas.
Ilusión de control. Muy relacionado con el exceso de confianza, hace referencia a la tendencia a sobreestimar que se dispone del control o que el inversor crea que está por encima de de los vaivenes del mercado gracias a los análisis realizados y la información de la que se dispone.
Búsqueda de la reafirmación. Consiste en interpretar la información recibida o buscar informaciones nuevas de manera que confirmen convicciones o ideas previas. De esta forma, los inversores buscan información de modo selectivo para respaldar sus opiniones en lugar de buscar opiniones o informes críticos con éstas, con el consiguiente riesgo de no realizar una inversión acertada.
Síndrome de anclaje. Existe la predisposición a dar más peso a la información obtenida en primer lugar que a una información nueva que la contradice. Su denominación se debe a que esas ideas previas en ocasiones suponen verdaderas anclas difíciles de soltar. En el mundo de la inversión se aprecia con frecuencia este sesgo, por ejemplo, cuando se presenta en primer lugar la rentabilidad de un producto de inversión, de manera que ya no se consideren otros datos no tan positivos como los riesgos asociados, o se toma como referencia de la evolución de una acción el precio que ésta tuvo en el pasado.
Seguimientos a la autoridad. El inversor sobreestima las opiniones de determinadas personas por el mero hecho de ser quienes son y sin someterlas a un enjuiciamiento previo. Puede suceder que se realice una inversión únicamente porque la recomienda o la aconseja un familiar o un amigo sin realizar ningún análisis adicional y sin tener en cuenta las necesidades y el perfil de riesgo propios.
Efecto halo. Es muy frecuente en el ámbito de la inversión, de manera que se tiende a calificar un producto financiero como bueno o malo tomando como referencia un único dato, por ejemplo, los resultados de la empresa o la popularidad del comercializador o gestor del producto financiero en cuestión, sin considerar que ese producto financiero puede no ser adecuado para el objetivo de inversión pretendido o para el perfil de riesgo propio.
Presión social. Es la tendencia a imitar las acciones que realizan otras personas bajo la creencia de que se está adoptando el comportamiento correcto. Este sesgo se da en situaciones en las que el sujeto no tiene una idea definida de cómo comportarse y se deja guiar por las conductas de otros, asumiendo que tienen más conocimiento. En la toma de decisiones de inversión, el inversor podría verse arrastrado por las decisiones de otras personas y realizar inversiones que no le favorecen únicamente porque otros lo hacen.
Eleconomista.es