Ya está aquí de nuevo la reunión del FMI y el Banco Mundial. Será en Washington este fin de semana, entre el viernes y el domingo. Quizás los riesgos más inmediatos sobre la economía global se han moderado, pero el FMI sigue vislumbrado importantes riesgos en el medio plazo. Al mismo tiempo, parece bastante defraudado por el comportamiento de la economía global y sus repercusiones sociales.

Pese a los esfuerzos realizados, el objetivo de alcanzar un crecimiento “fuerte, sostenido, equilibrado e inclusivo” no se ha logrado, en palabras de su economista en jefe Maurice Obstfeld.

“Fuerte”, desde luego, no lo es. Para el 2016 se espera una tasa de expansión del PIB mundial de sólo 3.1%, lo que significaría la tasa más débil desde que la economía global salió de la Gran Recesión. Como corolario de lo anterior, tampoco su recuperación ha sido “sostenida”.

La ausencia de “equilibrio” también salta a la vista: en la mayor parte del mundo desarrollado, y siete años después de que se iniciara la recuperación, las tasas de interés rondan 0% (en algunos casos hasta son negativas), son latentes los excesos que se están cometiendo en los mercados financieros y hay una colosal bola de deuda pendiendo sobre nuestras cabezas. Finalmente, no se percibe sea “inclusivo”: los indicios que se tienen es que, como resultado de la débil recuperación y el bajo crecimiento de los salarios, la desigualdad se ha exacerbado.

Esa circunstancia ha desencadenado olas de descontento social que ha sido capitalizado por algunos oportunistas que han renacido un discurso nacionalista y ramplón, que despotrica contra la globalización al ver en el “otro” al enemigo, y que en lo económico promulga levantar barreras al libre movimiento de bienes e individuos (no al dinero) para protegerse de las invasiones extranjeras.

La economía mundial renquea por todas partes. El FMI estima el crecimiento de las economías avanzadas en 1.6% para este año, una sustancial desaceleración respecto a la tasa de 2.1% en 2015. Este comportamiento se deriva del menor dinamismo de la economía estadounidense, que se prevé aumente 1.6% frente a 2.6% en el año previo. Ese frenazo más que contrarresta el modesto repunte de las economías emergentes, que mejorarán su tasa de crecimiento a 4,2% comparado con 4% en 2015.

Oportunidad. Para 2017, la situación de la economía global debe mejorar un poco. El PIB mundial podría acelerarse a 3,4% en contraste con 3.1% de este año. Se dinamizarían tanto las economías avanzadas como las emergentes: para las avanzadas, el crecimiento sería de 1.8% comparado con 1.6% en el 2016, al reanimarse la economía estadounidense; y para las emergentes, el PIB crecería 4.6% contra 4.2% de este año. Esto será así no porque el conjunto de sus economías, incluyendo a China y la India, vayan a espabilarse, sino porque dos de sus máximos representantes, Rusia y Brasil, saldrán por fin de su profunda recesión.

Por tanto, el FMI espera una pequeña mejora para 2017, pero no porque habrá un auge generalizado de las economías sino porque a Rusia y Brasil ya no les irá tan mal. Para fortalecer esa tendencia, para hacerla sostenible y mantenerla en el tiempo, el FMI recomienda un golpe de efecto por parte de la política económica: más reformas estructurales y, además, una política fiscal más agresiva, allá donde se pueda, que complemente la política de expansión monetaria, una política fiscal que proteja a los más vulnerables, reduzca la capacidad ociosa de la economía, mejore las expectativas de crecimiento de mediano plazo y contenga las presiones deflacionarias.

Ahora bien, al mismo tiempo que aconseja impulsar a la economía con estímulos fiscales, advierte de una supernova de deuda global que puede estallar en caso de que, en un contexto de bajo crecimiento e inflación y con riesgos de subidas de tasas, ésta se vuelva insostenible. Y esta cuestión de la deuda es una de las razones que explica por qué la recuperación no está siendo equilibrada, sino que está generando nuevos excesos que podrían complicar la gestión de la próxima crisis.

Según estimaciones del FMI, la deuda bruta agregada del sector privado no financiero (familias y empresas) y del gobierno en todo el mundo es de 152 billones de dólares, una cifra histórica, sin precedentes, y que representa en torno a 225% del PIB. De ese monto, 140% del PIB, o alrededor de 100 billones de dólares, pertenecen al sector privado, y el restante 85% es deuda pública. Datos parecidos arroja el Banco de Pagos Internacionales (BIS por sus siglas en inglés).

Eso preocupa al FMI pues fue la deuda de las familias, sobre todo la hipotecaria, la que detonó la anterior crisis. Y los bancos, aún mermados por los efectos de la Gran Recesión, siguen expuestos a un elevado riesgo crediticio en sus hojas de balance, una bomba que los puede dejar aniquilados en caso de estallar. A su vez, la política de los banqueros centrales de llevar las tasas al 0% para impulsar el consumo y la inversión ha alentado la asunción de nuevas deudas, sobre todo por parte de empresas de países emergentes como Brasil y China, que vieron una gran oportunidad de costear sus proyectos de inversión con dinero muy barato.

Por ejemplo, y según datos del BIS, la deuda de las empresas no financieras de China pasó de representar un 121.9% del PIB en 2010 a un 169.1% en el primer trimestre de 2016. Lo malo es que ni la debilidad de los ingresos familiares permite a los hogares deshacerse de sus deudas ni la baja rentabilidad de los bancos permite a las entidades fortalecer sus niveles de capital para poder resistir un golpetazo de impagos.

Nacionalismo. Finalmente, las autoridades del FMI están en “shock” por la sinfonía de nacionalismos que suena alborotada por todo el planeta. Todavía no se recuperan del trauma del Brexit, ni de la ansiedad que genera la posibilidad de una victoria de Donald Trump en Estados Unidos. Pero no sólo es allí: el año que viene habrá elecciones en Alemania, Francia y Holanda, y en todos ellos las fuerzas nacionalistas están ganando terreno. El caso es que la tendencia a promulgar políticas proteccionistas está socavando el comercio internacional dificultando la recuperación global y el bienestar de los ciudadanos si bien la principal causa, de momento, la atribuye a la debilidad de la inversión.

El crecimiento del comercio internacional se ha desacelerado desde el 2012 tanto en lo que respecta a su tendencia histórica como al crecimiento económico. Para 2016, sólo se espera un crecimiento del 2.3%, que significaría la tasa más baja desde la recesión de 2009. Pero además, antes de la crisis, el ritmo de crecimiento del comercio era notablemente superior al del PIB, siendo que ahora se ha equilibrado.

No, la globalización no es todo color de rosas ha traído, o al menos no ha evitado, un Tercer Mundo y hasta un Cuarto Mundo. Fortalecer el crecimiento y hacerlo más inclusivo para que no deje fuera de juego a los más desfavorecidos debe ser una prioridad. Pero la solución no es el nacionalismo, esa retirada sentimental a los jardines de infancia donde se reivindica una extraña idea de superioridad asociada a un curioso victimismo. El mundo, a estas alturas, parece bastante claro para dónde va en ese imparable proceso de integración, y esos ideales trasnochados luego no aguantan ni una caída de la bolsa.