Hace tres meses, un magnate inmobiliario sin experiencia política, de personalidad controvertida y radicalmente opuesto a la corrección política, se convirtió en presidente de Estados Unidos. Donald Trump juró su cargo dispuesto a hacer de América primero y con la bandera del proteccionismo como gran guía.
Desde entonces, el resultado ha sido desigual. El presidente se ha visto obligado a retirar su reforma sanitaria por falta de apoyo del Congreso, incluso entre los miembros de su propio partido.
Además, su agresivo plan migratorio que prohíbe la entrada a los ciudadanos de siete países de mayoría musulmana permanece bloqueado en los tribunales. Trump se está viendo obligado a gobernar a golpe de orden ejecutiva ante su incapacidad de llegar a acuerdos políticos, lo que parece que será la gran característica de su mandato.
El gran éxito de sus primeros cien días ha sido lograr el nombramiento de Neil Gorsuch como juez del Tribunal Supremo y, sobre todo, el rotundo apoyo de los mercados. Wall Street ha tocado varias veces máximos históricos desde que Trump asumió la presidencia e índices como el S&P 500 se han revalorizado más de un 5%, muy por encima de la rentabilidad alcanzada por otros mandatarios anteriores, como Barack Obama, George Bush y Bill Clinton.
A pesar de que ganó las elecciones gracias a la clase media, las políticas de Trump parecen dirigirse a las empresas. Además de prometerles menores regulación y grandes ventajas siempre que produzcan dentro de las fronteras de Estados Unidos, para ellas ha diseñado una reforma fiscal que contempla una radical rebaja del impuesto de sociedades al 15%. Aún está por ver si este plan consigue luz verde en el Congreso, pero supone toda una declaración de intenciones de cómo Trump quiere ser recordado como presidente.
Expansion.com